Vínculo copiado
#ESNOTICIA
#ESNOTICIA
Pese a la incertidumbre sobre cómo y cuándo avanzarán, los migrantes centroamericanos están convencidos de seguir adelante para llegar a EU
10:41 jueves 1 noviembre, 2018
México"¡No desmayamos, vamos para adelante, somos el pueblo de Israel, Dios nos ayudará!", grita la guatemalteca Ana Luisa Espinosa y en la oscuridad le responde una multitud. Tres mil, cuatro mil. En el censo que comenzaron ayer en la caravana migrante ya van 2 mil 300, pero seguramente se sumarán miles más. Uno nació anoche en pleno campamento. "¿Nos rendimos? ¿Nos echamos para atrás?". La respuesta de la caravana es que no. Lo vienen repitiendo desde antes del 19 de octubre, cuando entraron a México. Ni la migra, ni el río Suchiate los han frenado. Pero han pasado doce días y no están ni a medio camino. "¡Adelante! ¡Adelante! ¡Adelante", gritan guatemaltecos, hondureños, salvadoreños. Estados Unidos es su tierra prometida, el lugar donde donde creen que van a sanar todas sus heridas: la falta de empleo, la violencia, la corrupción de sus malos gobernantes. En Juchitán, donde la caravana descansó por dos días, se bañaron, comieron, pidieron limosna, miraron un desfile de catrinas en el centro de la ciudad y hasta vendieron cigarros a tres por cinco pesos ente la población que los miró con temor. "Ando de turista en México, man", dijo un hondureño cuando consiguió hablar con un familiar. Ya en el campamento, antes de la asamblea, un hombre pasó anunciado las buenas nuevas: "mañana a las tres de la mañana partimos para Jalapa del Marqués, a 40 kilómetros de aquí, después ya se verá". Entonces, cientos rodearon la carpa y ahora la asamblea de los migrantes que huyen de la violencia y la miseria tiene un tono evangélico. Un voluntario se ofrece para hacer una oración, mientras los otros inclinan la cabeza: "ayúdanos, Señor, vamos a pasar por pueblos, vamos a pasar por montes peligros, pero sabemos que usted va ir arriba de nosotros y nos va a ir guardando". Unos duermen en el edificio de una terminal de autobuses a medio construir, mientras otros hacen largas filas para comer. Otros ponen atención desde las carpas, entre las casas de campaña, plásticos viejos, al aire libre. Mujeres bañan a sus niños en la semioscuridad, algunos jóvenes juegan futbol, a las cartas, decenas hacen una rueda en torno a los lugares de recarga del celular. Los niños esperan una película en una pantalla de la Secretaría de Cultura. La noche anterior pasaron "Coco". Otros migrantes quieren saber si se consiguieron autobuses para salir mañana, ya que es una hora en auto o más de nueve a pie. Pero nadie responde, ni tampoco si de ahí la caravana intentará llegar a la capital de Oaxaca y luego a la Ciudad de México, o si lo hará por Veracruz. "Eso se decide hasta mañana", dicen los integrantes de la organización Pueblos Sin Fronteras, que auxilia en este drama humanitario. La asamblea concluye con el tono religioso. "Nosotros somos evangélicos, y esto es como el éxodo de Israel, que padeció hambre, que padeció dolor, muerte, hasta que se fue en éxodo a buscar una mejor vida", dice Ana Luisa. La guatemalteca, una de las voluntarias en la coordinación de la caravana, niega que el destino final sea Estados Unidos. "Vamos a la Ciudad de México, vamos ahí nada más". En el campamento hay quienes se desesperan. Nos estamos desviando mucho, comentan. Sobre todo, los hombres solos que quieren ya llegar a EU. "Caminamos 40 kilómetros por día y descansamos dos días, así van a pasar tres meses y nunca vamos a llegar", reprocha un salvadoreño. Dice que cuando lleguen a la frontera, Dios los ayudará a convencer a Donald Trump.
'Filman' su propio drama Parece una fiesta. Pero no es una broma. Es un drama. El salvadoreño Elisberto Sánchez, a quien los pandilleros de la Mara Salvatrucha le mataron a su padre, corre por el patio persiguiendo periodistas. "¡Pregúntale quién se le murió! ¡Pregúntale a qué le sabe este graaan gran drama!". Y brinca y empuja y todo parece una fiesta. Dos jóvenes armaron una cámara de video de cartón con una caja y una bolsa de la basura. Le pusieron un plato desechable como lente. Le colgaron una botella de plástico de micrófono y comenzaron a realizar las preguntas impertinentes que los periodistas les hacen desde hace más de una semana, desde que la caravana de miles de desplazados ingresó a México. "¿Y usted qué opina de los migrantes?¿Cómo le hace para consolarse? ¿Con qué sueña? ¿Sufre mucho mucho? ¿Qué mensaje le mandas a Donald Trump?". Manuel Ortega, un dominicano que en la fila del Oxxo soportó que una mexicana le dijera que se fuera a su país, se ve alegre haciendo ruido con su botella de agua. "¡Uh! ¡Uh! ¡Uh!", grita, y a su alrededor va una turba de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos. "Todos ustedes van a salir en Japón", dice uno. Pero en realidad nadie lo toma en serio. En una noche en el campamento de Juchitán, los jóvenes migrantes, la mayoría sin dinero para pagar 15 pesos a los mototaxistas y con miles de kilómetros por recorrer a pie, pusieron una pausa a su propio drama. -- Reforma