Vínculo copiado
La tortuosa travesía por la epidemia suma en el día a día contagios y deceso; es algo inevitable. Observamos con sobresalto como la vida se modifica en todos sentidos, ya no es lo que era, es una nueva normalidad
00:06 domingo 14 junio, 2020
QUEBRADEROEn memoria de mi amigo, el periodista José Luis Infante La tortuosa travesía por la epidemia suma en el día a día contagios y deceso; es algo inevitable. Observamos con sobresalto como la vida se modifica en todos sentidos, ya no es lo que era, es una nueva normalidad. Antes, tan solo hace unos meses, nos preocupaban ciertas cosas según nuestra posición socioeconómica; algunos no tenían mayor preocupación que adquirir lo más reciente en el ámbito de la tecnología o un auto nuevo; otros muchos más, pensaban solo en seguir trabajando como esclavos para soñar que alguna vez podríamos vivir con algo de dignidad. En estos días terribles que aquejan a la humanidad, tratamos de entender el hecho de que está resultado ser sumamente difícil contener los embates de un virus hasta hace poco inexistente y desconocido. Las cosas han cambiado y de eso se trata la nueva normalidad, aunque bien mirado, para la mayoría de la población sigue siendo prioritario el sustento económico para poder comer. En la nueva normalidad permanece una realidad a la que seguimos atados irremediablemente. Un niño menudito de cabello lacio y tan delgado como una vara se mueve inquieto en los asientos de un camión urbano de la ruta 18 que va a la comunidad de Rivera en Soledad. Sus padres están sentados e impasibles en uno de los asientos. La señora lleva un niño en brazos que mama del biberón y el señor, lleva al hombro una mochila de donde sobresale el mango de una cucharilla y de un martillo; su gorra con huellas de cal, dice que probablemente es albañil. El niño se para y se vuelve a sentar, lleva en el cuello un cubre bocas que en algún momento fue blanco y ahora está astroso y manchado. Pregunta con insistencia: ¿a dónde vamos?, la mamá le contesta con tono aprensivo, ya siéntate, ya casi llegamos al trabajo de tu papá. La epidemia carga todos los días contra el México rijoso y dividido en el que vivimos, sin encontrar la fórmula para sortear la paradoja de que en medio de la muerte, la división política y social tampoco ceden. Este domingo estaremos alcanzando los 17 mil muertos en el país, mientras que San Luis Potosí ya rebasó el centenar. El saldo es mayúsculo y se expresa en la mar de tristeza que provoca esta epidemia cuya letalidad toma forma en la frialdad de los números. Cuando atendemos los reportes oficiales de las autoridades sanitarias, no deja de despertarse una cierta frustración porque el luto se extiende. Apenas el pasado viernes, por primera vez desde el inicio de la epidemia, México acumuló en un solo día más de cinco mil contagios. El pesar recorre todos los rincones del país, en algunas zonas con mayor énfasis que en otras, pero ahí está, hay que convivir con eso puesto que son los infaustos días de la nueva normalidad. Cada quien la percibe a su manera. En el parador del transporte urbano en la avenida Manuel Nava, a unos metros de la entrada a la sección de urgencias del Hospital Central está sentado un joven. Tiene la mirada perdida como la de quien busca algo. El rostro demacrado y moreno, la piel se le pega a las quijadas; lleva una gorra negra desgastada y húmeda, está con la pierna derecha cruzada encima de la izquierda y se lleva el brazo derecho a la cara, en la mano carga un envase delgado como esos de la pasta dental, solo que el suyo es de pegamento industrial. Se lo acerca e inhala una y otra vez y luego, vuelve a poner su mirada en un horizonte perdido y sonríe toscamente. A unos metros de él, el barullo de la gente que se arremolina a la entrada del hospital en espera de noticias sobre la condición de salud de sus enfermos, algunos lloran, otros duermen y otros simplemente ven pasar lentamente las horas en una interminable espera. Durante la última semana, México y Estados Unidos tuvieron días muy semejantes con poco más de 500 decesos diarios. No se olvide que Norteamérica es el epicentro actual de la epidemia. La intensidad de la epidemia está a unas horas de alcanzar su pico más alto, así lo vaticina la Secretaría de Salud: a partir de mañana, las curvas de contagio de varias entidades de la república alcanzarán su punto máximo de transmisión. Todo parecería oscuro pero no lo es: Estados Unidos suma más de 110 mil muertos y Brasil se aproxima a los 50 mil. Estamos en la nueva normalidad y al mismo tiempo seguimos encadenados a los viejos usos de la política; la epidemia ha sido asida como arma cortante contra las autoridades de salud y de gobierno. Así, continúa circulando en redes el video de la reunión de un grupo de hombres de 75 años y más que escuchan el discurso de un intelectual que convoca a derrocar a derrocar a “López”. Sin rubor, el escritor de la tercera edad le dice a sus compañeros de generación que el presidente de la república “es un pendejo”. La fatalidad ahí está, en el presente y destino de los más vulnerables y la que se desprende de las élites huérfanas del poder público de otros tiempos y que ahora se dedican a hacer perorata golpista. La otra pandemia hace lo suyo sin que al parecer les importe hacerle daño a toda la nación y a la gente. En camino de entrar a la fase del semáforo naranja que permite la reactivación de más sectores de la economía y el comercio, el dilema es acuciante: permitimos que la economía se desplome aún más o salimos a la calle a trabajar para vivir. La salud es primero, pero hay que pensar en que llevar a la mesa a comer. Todos los países del mundo han entendido que es necesario activar la economía pese al riesgo que ello conlleva y en México no es la excepción.
En la esquina de la alameda Juan Sarabia y la calle Manuel José Othón, un par de organilleros piden una cooperación a quienes pasan por la acera que conduce al templo de El Carmen. Uno de ellos, le da vuelta a la manivela del organillo del que emergen notas doradas de un sonido del México de otros tiempos. Enfrente, el otro tiende con su mano derecho su gorra para pedir unas monedas; no están limosneando, están trabajando y uno que otro parroquiano les da algo, lo cual para ellos no deja de ser un hálito de esperanza y al día siguiente regresarán porque en la nueva normalidad como antes, todos tenemos que trabajar. Ese es el mundo real de miles de potosinos, lo otro, lo que hacen los políticos, es apenas escándalo y perversión, mezquindad y ofensa, tienen la mira puesta en las elecciones del año entrante y nadie piensa en la salud de la población.