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Sus excusas se escurren entre el limitado margen de actuación como funcionarios, o estar cercenados por el escaso presupuesto de sus dependencias
00:10 miércoles 10 diciembre, 2025
Colaboradores
Sin que nadie supiese quién fue el culpable, el cuerpo de un perro negro aparece atropellado en medio de una vía pública de algún pueblo de México. Lo que debería ser un hecho intrascendente para cualquier población se convierte en una crisis de gobernabilidad para ese pequeño poblado ¿la razón? Ninguna de las autoridades quiere asumir la responsabilidad de levantar el cuerpo del canino.
Sus excusas se escurren entre el limitado margen de actuación como funcionarios, o estar cercenados por el escaso presupuesto de sus dependencias, o hasta complejos tecnicismos y evasivas legales. Este es el argumento central de una película mexicana dirigida por Rogelio A. González llamada “El gran perro muerto” (1981), y que, presentada en una sátira muy propia de la cinematografía mexicana, describe los vericuetos de la apatía y el olvido gubernamental a los problemas más sencillos.
La historia cinematográfica presenta una alegoría interesante: ahí está el can muerto y en estado de putrefacción. El hedor se vuelve una molestia generalizada. Pero nadie -remarco-, nadie hace nada. Una descripción y crítica atemporal del ejercicio gubernamental y de nuestro actuar cívico.
Toda la maquinaria burocrática se activa, pero solo para buscar pretextos, sin razones o justificantes. Y entre la movilización constante del aparato administrativo, para buscar explicaciones de su inacción, aparece un poblador que se queja y reconoce: “[…]lo que pasa en este pueblo es que todos somos muy buenos para hablar […] para quejarnos, pero nadie es capaz de hacer nada”.
La apatía no sólo es de las autoridades también es cívica. Es una apatía que lacera nuestro entendimiento de las funciones democráticas y el papel que tienen nuestras autoridades en nuestro ecosistema constitucional. Si ellos no recuerdan sus funciones, o buscan complejas razones para evitarlas, los ciudadanos debemos recordárselo sin tregua.
La democracia es participativa, deliberativa y crítica. La democracia no debería concluir solo con nuestro voto y esperar desde las trincheras cómo el virus de la inacción gubernamental nos carcome.
La lección encapsulada, a más de cuarenta años de distancia, de esa olvidada película mexicana es clara: somos una sociedad politizada en la crítica y los reclamos, pero inactiva para las soluciones. No podemos seguir siendo solo espectadores de nuestra propia “historia fílmica nacional”, y mantenernos apáticos y olvidados de nuestro papel en una democracia viva.
Mientras la apatía siga, el hedor -siguiendo la metáfora de “El gran perro muerto”-, se mantendrá.
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ
Ministro en retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación