Vínculo copiado
El montaje de Miguel Septién en el Teatro Milán ofrece un Equus actual: un psiquiatra neurótico, un joven con aparente locura
00:00 lunes 15 septiembre, 2025
ColaboradoresCúlpese de mi ignorancia primero al tiempo y después al espacio. Me enteré de la existencia de Equus –la obra del británico Peter Shaffer estrenada por el National Theater de su país en 1973– por su segundo montaje mexicano, de fines de los 80, protagonizado por un Demián Bichir apropiadamente imberbe. (Más imberbe yo, no pude verla por tratarse de un espectáculo reservado a –decían entonces– adultos de amplio criterio.) La segunda vez que supe de una puesta en escena del mismo texto fue en 2007 cuando un Daniel Radcliffe valiente lo usó no sólo para quitarse de encima la ñoñería de Harry Potter sino para probarse actor ante audiencias londinenses y neoyorquinas de las que no tuve el privilegio de formar parte. Hasta la semana pasada, mi premio de consolación había sido la versión fílmica de 1977 –con Peter Firth, y Richard Burton como el psiquiatra–, que no es una de las mejores de Sydney Lumet: robada de su lirismo por una elección realista acaso inevitable, la cinta reduce aquel sueño de la sinrazón a la anécdota de un niño problema con fijaciones eróticas peculiares, contada con estética vagamente jipi. El montaje de Miguel Septién en temporada en el Teatro Milán de la Ciudad de México constituyó, pues, mi primera oportunidad de ver Equus en toda forma. Un José María de Tavira por turnos imperioso, entrañable y neurótico encarna a un psiquiatra encargado de tratar a un hermético joven –un Emilio Schoning asombroso, a un tiempo roto y fuerte– que ha cegado a seis caballos en un aparente arranque. La trama llevará a encontrar la motivación de su (acaso) locura en una triada de fuerzas cuyo autoritarismo evidencia: la religión –encarnada por la madre beata (una Flor Benitez inteligente y versátil)–, la política –representada por el padre (un Héctor Berzunza que otorga a su personaje más complejidad de la que merece)– y la ciencia, cuestionada por el agente mismo que la ejerce: el psiquiatra temeroso de que su cura resulte (con perdones a Anthony Burgess y Stanley Kubrick) en una naranja mecánica. No poco del mérito del trabajo sobrio y (por ello tanto más) poético de Septién consiste en insuflar actualidad y relevancia a un texto solvente pero envejecido… y no sólo por esos personajes alegóricos tan setenteros en su literalidad. Lo más desconcertantemente obsoleto del discurso de Shaffer es cómo los que fueran emblemas de represión en los 70 devinieron enemigos de ese neoautoritarismo que concibe la ciencia como obstáculo, la política como peso muerto y la religión como competencia desleal. El nuevo rey Equus luce pelo naranja o melena crespa, chamarra de cuero o guayabera bordada. Clama “¡Eres mío! ¡Soy tuyo y tú eres mío! Te veo. ¡Siempre! ¡En todos lados! ¡Por la eternidad!”. Desnudos, tiritamos mientras se hace el oscuro.
POR NICOLÁS ALVARADO