El resultado de la elección panista que se disputó el domingo no fue nada nuevo. El triunfo de Cristina Govea, como titular de la dirigencia municipal del blanquiazul, era de esperarse. Y no por ella. El desconocimiento que se tiene de su nombre y trayectoria partidista reitera lo que ha sido la tónica en aquellos mandatos anquilosados y autoritarios, como el que mantiene Xavier Azuara en el PAN potosino: él es el que gana.

No dudamos de la capacidad política que pueda revelar la nueva dirigente. Ya se verá.

El tema es el espectáculo que se vivió en la asamblea y su operación política de parte del grupo que controla la voluntad de las dirigencias panista locales -el azuarista- celebrada por la mañana: llamadas, mensajes, amenazas y chantajes a aquellas y aquellos militantes que se identifican como antiazuaristas o que no estaban convencidos de Govea.

De un padrón de casi 1430 electores, votaron casi 830. Poco más del 50%. Cifras también de vergüenza y pronóstico reservado. Si el único partido que puede ser contrapeso político a los que están en el poder no es capaz de juntar poco a más del 75% de su padrón ¿qué poder político pueden representar en futuras fechas y en grandes ligas?

La respuesta es clara y es una pregunta: ¿Para que el desgaste de acudir a una asamblea cuyo resultado será de todos sabido? Mientras no haya un verdadero grupo convencido de todos los factores que representa querer recuperar el PAN, nada va a cambiar.

Y mientras el PAN potosino no tenga verdaderos dirigentes libres e independientes, hoy tanto en lo estatal como en el comité municipal capitalino, no tiene caso que celebren orgullosos una “fiesta democrática”.

Que celebren el renuevo de gerencias. Y nada más.

Hasta mañana…