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A Simone Weil le preocupaba que las palabras operen como sustitutos de la observación y el pensamiento
00:10 domingo 14 diciembre, 2025
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“La atención”, escribió Simone Weil (París, 1909 – Ashford, 1943), “es una de las formas más raras y puras de la generosidad”. No se refería a una disposición sentimental ni a un gesto meramente contemplativo, sino a una decisión ética e intelectual: tratar de reconocer la realidad que comparece ante nosotros en sus propios términos, resistiendo tanto las distracciones de la prisa y el prejuicio como las tentaciones de la fantasía y el ego. Para ella, esa exigencia empezaba con el lenguaje. Poner atención a las palabras –examinar su sentido, medir su alcance, evitar que se inflen o se vacíen– era menos un refinamiento estético que un acto de integridad: esforzarse por no traicionar al mundo al nombrarlo. El poder de las palabras (Ediciones Godot, 2022) reúne algunos artículos y notas escritos por Weil a finales de la década de 1930, cuando Europa se encaminaba al abismo. Weil advierte cómo el vocabulario político se iba poblando de “palabras con mayúscula” cada vez más desprovistas de contenido concreto, cada vez más abstractas, absolutas y, sobre todo, antagónicas, “ávidas de sangre”: Capitalismo, Propiedad, Comunismo, Lucha de Clases, Fascismo, Nación… Términos cuya contundencia retórica parecía dotar de claridad y solidez a la vida pública pero cuyo efecto práctico era volverla más confusa y vulnerable a la manipulación, la disciplina y, al final, la guerra. La degradación del lenguaje no era, para ella, un fenómeno aislado sino el síntoma de algo más profundo: la necesidad de intensificar la ilusión que sostiene al poder. “Todos los absurdos que hacen que la historia se parezca a un largo delirio tienen su raíz en un absurdo esencial: la naturaleza del poder. La necesidad de que haya un poder es tangible, palpable, porque el orden es indispensable para la existencia; pero la atribución del poder es arbitraria, porque los hombres son semejantes, o casi semejantes. Pero esa atribución no debe aparecer como arbitraria porque, si no, el poder se acabaría. El prestigio, es decir, la ilusión, está en el corazón mismo del poder”.
A Weil le preocupaba que las palabras operen como sustitutos de la observación y el pensamiento, que su potencia simbólica pese más que su vínculo con la experiencia, que dejen de ser herramientas para describir el mundo y se convierten en supersticiones violentas. En ese sentido, El poder de las palabras no es sólo un testimonio histórico. Es, también, un recordatorio incómodo para el presente, muy en la línea de la obra de George Orwell, Hannah Arendt y Albert Camus. Porque aunque el vocabulario haya cambiado, la lógica que expone Weil sigue intacta. Cuanto más cargada políticamente está una palabra, menos precisa tiende a ser; y cuanto menos precisa es, más disponible queda para reemplazar la realidad con un reflejo distorsionado de sí misma. Lo que importa, entonces, ya no es lo que significa sino lo que provoca. Por Carlos Bravo Regidor Colaborador @carlosbravoreg