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El antisemitismo y el miedo provocaron la cancelación de dos comediantes judíos del Fringe Festival de Edimburgo
00:10 jueves 2 octubre, 2025
ColaboradoresEscuchado con escalofríos de voz de Tony Lankester, director del Fringe Festival de Edimburgo, el más importante en el mundo para las artes escénicas: en la más reciente edición de ese encuentro, el bar Whistlebinkies canceló las presentaciones de los comediantes Rachel Creeger y Philip Simon porque su identidad judía llevaba a la administración del lugar a “temer por la seguridad del recinto”.
Creeger nunca se ha pronunciado respecto al conflicto en Gaza. Simon sólo ha expresado una vez su deseo de paz en la región y de liberación de los rehenes israelíes, lo que puede ser parcial pero no reprehensible ni insensato. Ni una ni otro son ciudadanos israelíes sino súbditos británicos con adscripción religiosa y/o cultural judía. El Festival procuró la reprogramación inmediata de sus sets en otros foros, pero no pudo evitar el escándalo mediático ni ahorrar a los artistas el acto de discriminación.
He terminado por convencerme de la importancia de decirlo con todas sus letras: con un saldo a la fecha de al menos 66 mil muertos y 168 mil heridos, un bloqueo que tiene a la población civil en condiciones de hambruna, el desplazamiento forzado del 85 por ciento de los habitantes y la destrucción de un porcentaje equivalente de los centros de salud, y tras los pronunciamientos de Genocide Watch, Oxfam, Amnistía Internacional, Médicos sin Fronteras y el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, lo que el gobierno israelí perpetra en Gaza hoy es de manera inequívoca un genocidio. Es obligación de todo ciudadano vigilante de los derechos humanos y las garantías individuales condenarlo. Desde ese mismo paradigma, resulta imperativo deslindar de responsabilidad por ello a los ciudadanos israelíes, y más aún a los judíos del mundo, ciudadanos de decenas de países.
Cierto es que el primer ministro Netanyahu –él sí responsable– fue electo de manera democrática; también es verdad que esa responsabilidad no es transferible a sus connacionales, dos tercios de los cuales preferirían una paz negociada –que, por supuesto, pasara por la liberación de los rehenes– de acuerdo a un estudio publicado a principios de este mes por el Israel Democracy Institute. Más allá, resulta especialmente urgente en este momento histórico distinguir entre israelí –una nacionalidad– y judío –a veces una religión-, siempre una identidad cultural-.
La observación vale para quienes incurren en esa forma del odio identitario que es el antisemitismo, pero también, me temo, para muchos judíos que hoy defienden a ultranza las acciones de Israel. Si tengo tantos amigos judíos es porque siempre he admirado la capacidad de esa cultura, forjada en resistencia, para el pensamiento complejo, el análisis crítico y la puesta en duda de las certezas; hoy urgen esos valores, dentro y fuera de esa comunidad.
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
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