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La libertad de expresión es una necesidad de toda democracia
00:12 viernes 10 octubre, 2025
ColaboradoresMéxico podrá tener serios retos en seguridad y justicia; pero, al menos, los memes ya están salvados. La propuesta de un diputado sobre castigar con hasta seis años de prisión y multas de cien mil pesos a quienes manipularan imágenes de funcionarios duró menos que el austero Fernández Noroña -ahora enfundado en la piel de un junior- bajando de un jet privado que le [nos] costó algo así como 257 mil pesos. Afortunadamente, el legislador reviró en su intento que dejó asombrados a propios y extraños. La libertad de expresión, estimado lector, es una necesidad de toda democracia y existe desde el surgimiento de la política en las sociedades. La sátira, la caricatura y la crítica son un respiro ante el ambiente político de una nación y permite, además, citando al ministro Alcántara, que las ciudades hablen. Cortarla es sinónimo de silenciar. Y los ciudadanos de una democracia no solo pueden, sino deben cuidarla. Ridiculiza, sí; y causa escollo, también. Sin embargo, los funcionarios pierden de vista que no es una crítica a la persona, sino al político y a sus acciones. Tal vez deberían cuestionarse qué tanto nos quedan a deber y entender que la caricatura no es una burla vacía, sino un suspiro de participación ante las decisiones que se toman en cualquier nivel de gobierno. Esta libertad permite tener contrastes y contrapesos en la opinión pública, alimenta el debate y deja huella de que la democracia está viva en la diferencia de posturas, por mucho que estas no coincidan con la de otros ciudadanos. La libertad de expresión contribuye al diálogo en una democracia sana y es esencial para que el electorado se mantenga informado, comparta ideas y defienda lo que importa. Es una dignidad cívica. Censurarla, sobra decirlo, significa cortar una vía de comunicación entre la población y los personajes a quienes eligió para gobernar. Pero, además, destruye los caminos de una sociedad plural y democrática para construir los puentes hacia gobiernos más autoritarios. Pensemos en figuras políticas a quienes la libertad de expresión les causa resquemor: Putin, Kim, Maduro, el chino, el iraní. Todos amigos que se juntan, se abrazan y se sonríen entre ellos. Traslademos este pensamiento a sus gobernados, quienes, con derecho en mano, levantan la crítica y la sátira en sus países, pero han sufrido la represión de gobiernos a los que no les gusta ser cuestionados, alimentan la polarización y la desconfianza. Basta mirar hacia fuera: en Corea del Norte, periodistas condenados a muerte por "insultar la dignidad del país" -nación que Kim piensa que le pertenece-; en China, reporteros encarcelados por "deshonestidad" a Xi Jinping; en Irán, comunicadores castigados con años de prisión por denunciar actos de corrupción. Casos documentados por organismos internacionales que revelan lo que ocurre cuando el poder decide reprimir la libertad de expresión. La caricatura política no es una bomba atómica ni la sátira un misil nuclear. Si de pronto detonan el ego de ciertos funcionarios –como los que mandan a volar las preguntas de la prensa más alto de lo que viaja un jet a Coahuila-, eso ya es otra cosa. Lo preocupante sería que un día, entre tanta vanidad política, dejáramos de reír y cuestionar a nuestros dirigentes, perdiendo, entre meme y meme, y de poco a poco, la libertad de decir lo que pensamos.