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En Misión imposible, Tom Cruise muestra que posee un cuerpo ágil y fuerte; pero Ethan Hunt enseña que el poder no está en la fuerza sino en la moral y la inteligencia
00:02 lunes 2 junio, 2025
ColaboradoresCon sus casi tres horas de duración y su trama truculenta pero elemental, Misión: Imposible, Sentencia Final resulta demasiado larga. También absurda, y no sólo en las formas gozosas a que nos ha acostumbrado ya la serie sino de maneras tan desafiantes de la lógica básica que el efecto es de pura irritación. (Si Ethan Hunt trae consigo el adminículo que permitiría al villano sembrar caos, ¿por qué le huye éste en vez de acudir a su encuentro? Cuando el héroe se entera de que uno de sus compinches está en aprietos en un barrio londinense, ¿por qué emprende una loca carrera al otro extremo de la ciudad cuando podría tomar un Uber, robar un auto o abordar el transporte público? Hipótesis: para que constatemos que, a sus 62, el actor que lo encarna todavía corre muy cabrón). Tom Cruise, de hecho, constituye un poderoso distractor en la cinta, y no lo digo como cumplido: el cutis imbuido de una textura irreal acaso derivada de los tantos químicos, la cabellera larga de chavorruco, la demasiada disposición a poner en valor un cuerpo ágil y fuerte a la menor (y más innecesaria) provocación, traslucen un espectáculo vistoso pero poco edificante: el de la desesperación de quien no encuentra sentido ni dignidad en el envejecimiento. Acaso ello mismo explique la casi total ausencia de humor de una cinta que, para despedir a su estrella del papel que más espectadores le ha traído, se empeña en hacer su panegírico permanente: cuán heroico, cuán responsable, cuán moral, cuán atlético, cuantísimo le debe Hollywood / el cine / el mundo libre / la humanidad. Pese a todo recomiendo verla, ya sólo en tanto signo de los tiempos. La última vez que una película de Misión: Imposible se atrevió a hacer política fue en 2006, cuando la tercera entrega integró como uno de los ejes de su trama una crítica implícita al intervencionismo militar de la administración Bush en Medio Oriente. Muy comentada ha sido ahora ésta por postular como principal villano a una forma de inteligencia artificial de resonancias trumpianas (“Nos quiere divididos”, sentencia Hunt) y por poner al frente de su Casa Blanca ficticia a una mujer negra (Angela Bassett), como si planteara una realidad alterna (y mejor) en que Kamala Harris hubiera ganado la elección. Ha recibido menos atención, sin embargo, el momento clave: cuando la presidenta decide provocar un apagón generalizado que inhabilitaría temporalmente el arsenal nuclear de Estados Unidos a fin de desviar la atención de una máquina presta a apoderarse de él para usarlo en contra de la humanidad. La situación resulta delirante pero no así la idea tras ella: para gobernar, la orientación moral y el pensamiento estratégico rinden más que el despliegue de fuerza. Es lección que hoy necesita el mundo (y Estados Unidos más que ningún otro país). POR NICOLÁS ALVARADO
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