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El tema de los libros de texto del Colegio de Bachilleres asombró a propios y extraños
00:01 viernes 5 septiembre, 2025
ColaboradoresEn el aula, alumnos de universidad le expresaban al profesor: “no entendemos la tilde enfática”. Vaya problema, señaló el docente al tiempo que escribía en la pizarra: Como
Cuando
Donde
Quien
Que
Cual
Cuanto
Al terminar, el maestro se dirigió a la clase: -No batallen. Si a esas palabras le pueden agregar un “chingados” o un “pinches” y la oración tiene sentido, le ponen la tilde. No necesariamente deben incluir los signos. Y todos reían y aprendían. * El tema de los libros de texto del Colegio de Bachilleres asombró a propios y extraños -especialmente al bolsillo de padres y madres de familia-, pues los materiales presentaron no una, no dos, no quince o treinta, innumerables fallas para una institución de prestigio. No, no estoy exagerando. Una de las indicaciones textuales para un trabajo de investigación dice así: “Utiliza tablas claras con headeras, coo vinidades o definidas acunienas, Ada labeles, titulos, unnitudes l ugenda para sesenda r incrrotracion”. Ante tan triste escenario, hace una semana, madres y padres de familia estaban escépticos respecto a una respuesta pronta y efectiva de las autoridades educativas. Hoy ya podemos confirmar sus presentimientos. El argumento reflejó inoperancia y una bajísima preocupación por la educación de los jóvenes: enviar los libros a editoriales externas aumentaría los costos. Difícil estimar cuánto aumentaría el precio de los textos bajo el argumento de la autoridad educativa, pero vaya que se paga caro en la universidad y la vida profesional si se normaliza que los estudiantes escriban mal. Porque ese es el mensaje enviado. Naturalmente, el enojo no se hizo esperar, como tampoco tardó en manifestarse la inconformidad de los potosinos ante tal desprecio por la calidad educativa que se ofrece a los alumnos. Pero profundicemos un poco más. Puntualmente en los errores que salieron a la luz. ¿Cuál es realmente el impacto que supone, primero para el desarrollo académico de jóvenes; segundo, para esa reconciliación que -hoy, más que nunca- necesitamos con nuestra lengua y la expresión escrita? Porque –y no me lo podrá negar- no es lo mismo ‘vamos a comer, niños’ a ‘vamos a comer niños’, ni ‘público’ que ‘púbico’. Detalles mínimos, pero que alteran el mensaje. Los errores de los libros de texto en cuestión no se limitan a tildes mal puestas, grafías incorrectas o imágenes empalmadas con texto. No. Desde que se da la vuelta a la portada -que garantiza "educar con calidad"-, comienza una serie de lineamientos en los que aparecen caracteres desconocidos, intercalados a veces con grafías que sí se pueden reconocer, pero que pierden cualquier sentido. No parecieran -hipótesis personal- solamente errores por mala praxis. Al menos no en los últimos descritos. ¿IA? ¿Un error de copiar y pegar? Quizá. No obstante evadir responsabilidades es una puñalada a un sector al que hoy le urge un respiro de calidad. Un descuido ortográfico puede hacer que un alumno lea ‘ingles’ cuando debía ser ‘inglés’. Lo peor es que la carcajada no alcanza a tapar la falla de fondo: normalizar que se aprende con errores. Y más allá del enojo inmediato, la gravedad recae en una triste revelación: seguimos tratando a la escritura como un trámite, olvidando que en realidad es el cimiento del aprendizaje. ¿A qué me refiero con una reconciliación con nuestra lengua? Desde las cavernas, la humanidad tuvo la imperiosa necesidad de comunicarse. Los códigos como los conocemos en la actualidad –y que llamamos idiomas o lenguas- son el resultado de una evolución histórica -sustentada por la lingüística- y cambios constantes; sin embargo, para que todo esto se dé, requiere de cuidado y atención. No es que uno quiera ponerse traje y bombín de quien afirma que la lengua se apega estrictamente a las normas. Un apasionado y formado lingüista no puede ser tan árido y podría asegurar que nuestros códigos tienen características tan propias y no negociables a cambios, pero que son los hablantes quienes al final incluimos significados, vocablos nuevos y otros los lanzamos al baúl del arcaísmo. En este sentido, la avalancha de redes sociales, fenómenos socioculturales y las visiones que tenemos del mundo como lo conocemos al día de hoy afectan intrínsecamente nuestra forma de expresarnos. Fenómenos sociolingüísticos pasaron, suceden y seguirán causando polémica y pasión entre hablantes, profesores, redactores y eruditos. Los cambios se fijan por cuestión científica, cultural e histórica, pero especialmente el tiempo es la que los va cohesionando. ¿En dónde se rompe la línea? En que poco a poco le prestamos menos atención a la importancia de expresarnos correctamente en el papel y olvidamos que ciertos deslices en la escritura pueden desviar el sentido de un mensaje. ¿Cómo le decimos a las nuevas generaciones de alumnos, entonces, que su capacidad de expresión escrita deberá ser evaluada y puesta a prueba, si no ponemos atención en lo que sucede en las escuelas por las que pasarán nuestros hijos, primos, sobrinos –futuros médicos, abogados, ingenieros, profesores-? Al final, lo que parece una rayita ‘inventada’ para hacernos desesperar es lo que separa la claridad del albur, la precisión de la confusión. Y no, no podemos evitarla. Aunque usted no me lo crea, tiene una justificación física y lingüística. Está ahí por una razón, como lo están el silabeo, el hiato, los diptongos, las vocales abiertas y cerradas, la gramática, la sintaxis, la morfología. Y todos nos equivocamos. Eso que ni qué. La importancia no es pasar por la vida con la bandera de la perfección y buscar el error para criticar a los demás. Todo lo contrario: reconciliarnos con nuestro lenguaje es valorar la importancia de nuestra expresión, saber cuándo erramos y cómo corregir, y, especialmente, reconocer que una coma no es una simple pausa, ni el punto y coma un capricho que muchos quieren evitar; cada signo existe para darle sentido a lo que decimos. La norma no es enemiga; es apasionante, flexible -aunque se dude de ello- y celebra la riqueza del lenguaje, culto o coloquial. La pregunta es ¿queremos seguir escribiendo a medias, o apostar por expresar lo que realmente pensamos?