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Unos permanecen, otros se vuelven exquisiteces de olvidados anaqueles, veremos unos que perduren
00:10 miércoles 3 diciembre, 2025
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Desde hace años me he puesto a pensar en la fuerza centrífuga que generan las ferias de libros. De las más modestas en las pequeñas ciudades a la más importantes como la de Fráncfort del Meno o en nuestro país la de Guadalajara, atraen con fuerzas invisibles a lectores, escritores, comentaristas, representantes de editoriales, librerías, biblio-maniacos, y todos los personajes que solemos vivir, presumir o aparentar el disfrute de las letras, su ritmo, aroma, y los universos etéreos que se guardan en los libros.
Las fuerzas invisibles de estas ferias se pueden percibir meses antes. Un sinfín de conversos, de ocasionales lectores a férreos “escribas” -parafraseando e imaginando a Julio Cortázar- trabajan a marchas forzadas, con el empeño de que su obra sea parte del pináculo literario del “Fin del Mundo” -otra vez pensado en Cortázar- que se vislumbran en las pasarelas literarias de esas festividades.
No me malinterpreten. No los juzgo ni condeno. Me asimilo a ellos. Me subsumo a ese club invisible de “escribas”. Del que nadie habla, pero todos corremos en tinta a tinta a sumarnos con nuestro personal rectángulo de papel. Todos entregan una pieza de su espíritu, de su pensar, de sus mentiras, de su omitir o de su ensoñar. Y a veces algunos develan algún secreto, una enseñanza o quizás confesión, que sólo puede aquilatarse años después.
De esa mitología invisible de “escribas” están los “políticos-autores”. De estos sobran ejemplos pretéritos-presentes y seguro que habrá muchos en el futuro. Y aquí es donde me quiero detener en uno: José López Portillo, presidente de México (1976-1982), que arribó en una de las elecciones más atípicas -por unipersonal- de nuestra historia y protagonista de muchos claroscuros de la biografía nacional.
José López Portillo de personalidad jactanciosa, se pavoneaba como intelectual por haber escrito múltiples obras y así se vanagloriaba en 1978, al escribir: “[…] He aceptado que traduzcan el Quetzalcóatl a varios idiomas. Me da una gran alegría recibir el pago periódico de mis regalías del inglés, alemán, italiano, francés, serbocroata y parece que chino. Sé que no tanto por los méritos intrínsecos de la obra, cuanto por la curiosidad de que el autor sea un Presidente. En fin, comprendo mi complejito entre autor y político”.
Años después, el propio López Portillo, al glosar sus propios apuntes en 1988 en su libro “Mis tiempos”, remarcó: “Esta nota, muy personal, habla de modestias y satisfacciones, en el dudoso juego de político-autor. Yo no sé todavía cuál fue el éxito de edición de mis libros, si una u otra de sus condiciones. El caso es que Quetzalcóatl se ha traducido a dieciséis idiomas. He preferido la tibieza de la duda y a ella me he acogido con toda discreción”.
Quizás en el auge de su popularidad -y no lo dudo- los libros de López Portillo engalanaron mesas de despacho, bibliotecas, fotos y dedicatorias, pero ¿cuántas ediciones podemos encontrar hoy vigorosas en los estantes de estas ferias? ¿Su popularidad política agotó su fama literaria? La forma en que respondamos a estas preguntas es el prisma con el que podremos juzgar a toda la plétora de “autores-políticos” en un futuro.
La pavesa de Cronos no solo se asienta en las figuras de poder sino también en las cubiertas de sus biografías y tintas. Unos permanecen, otros se vuelven exquisiteces de olvidados anaqueles, veremos unos que perduren, otros irán a formar parte del archivo de los olvidos. Pero más allá de esto, a escribir, a leer, a ensoñar, pues aquí es temporada de libros.
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ
Ministro en retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación