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Quien lleva la batuta entiende que a veces no importa el contenido, sino el mensaje: el gesto que mueve las piezas del tablero
00:00 viernes 5 diciembre, 2025
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La presentación de Grandeza fue la fachada perfecta para la reaparición del tlatoani. Una cosa es segura: capitalizó en el terreno político como pocos en su partido han sabido hacerlo. No porque falten cuadros —los hay, con sus matices—, sino porque Andrés Manuel López Obrador, más allá de su administración, sabe hacer política. Su mejor escenario no fue el gobierno: fue la campaña. Y eso, una vez más, hizo el domingo con un simple video en redes sociales. En política, la forma es fondo. Quien lleva la batuta entiende que a veces no importa el contenido, sino el mensaje: el gesto que mueve las piezas del tablero. Por eso el libro es lo de menos: en un país donde la lectura no es prioridad, lo comprarán los fieles y los críticos; unos para reafirmarse, otros para refutarlo. El texto será campo de batalla ideológico —no necesariamente histórico; para eso están voces especialistas como Alejandro Rosas—, pero funciona como pretexto narrativo más que como aporte documental. El mensaje no solo adelanta un escenario posible donde la democracia o la soberanía —un término tan malgastado últimamente— podrían verse tensionadas: lo instala, lo normaliza y lo coloca al centro del debate. No afirma, pero insinúa. No acusa, pero sugiere. Y ahí comienza a mover el tablero. AMLO, viejo lobo de la política, muestra colmillo y desvía el foco de los temas que deberían estar en el conversatorio público: la Ley de Aguas confunde a media nación; la salida de Gertz Manero de la FGR abre conjeturas sobre reacomodos institucionales; y el huachicol fiscal del sexenio anterior parece un cuento de niños perdido en el último estante de las carpetas de investigación. López Obrador regresó con un libro y un video, y todo lo demás pasó a segundo plano. Y aquí vienen los efectos colaterales. Deja mal parada a la oposición, que lleva siete años naufragando entre comunicados, vocerías desgastadas y pleitos de baja monta. Su mayor logro ha sido renovar al blanquiazul o intercambiar empujones con Fernández Noroña, el más impopular e impresentable —y a ratos más visible— de la 4T. Para un bloque que sueña con alternancia, ese es un espejo incómodo. A la bancada morenista no la expone, pero sí la obliga a administrar silencios y expectativas. Claudia Sheinbaum gobierna con pragmatismo y agenda, pero la reaparición del expresidente introduce ruido simbólico, recordando que el liderazgo carismático del fundador no se evapora con un relevo institucional. Ella está en la escena. Él aparece entre bambalinas. El retorno simbólico del exmandatario abre un laberinto de interpretaciones que ni Dédalo imaginaría. “Es menor un peligro real que un horror imaginario”, reflexionaba Macbeth. Quizá el peligro real es cotidiano, administrable, parte del juego democrático: reformas, desacuerdos, desgastes. El horror imaginario, en cambio, es la sombra del expresidente rondando el foro, la sospecha del regreso imposible —porque la ley lo impide—, el fantasma que no vuelve pero tampoco se va. Un miedo que no se concreta, pero condiciona. Así puede resumirse la reaparición de López Obrador: si bien tiene derecho como ciudadano a participar en la discusión pública, deja atisbos claros de quien se asoma por el arlequín de la Izquierda, mueve cuerdas desde el foro oscuro y obliga a la escena política a preguntarse no si volverá, sino qué significa que nunca termine de irse. La pregunta es inevitable:
¿Qué peligro nos ha resultado más determinante —el que existe, o el que imaginamos?