Vínculo copiado
#ESNOTICIA
#ESNOTICIA
El cambio decisivo está en el tránsito del consumo a la comunidad: del bolsillo a la bandera
00:10 miércoles 15 octubre, 2025
ColaboradoresEn el mundo contemporáneo abundan las nuevas derechas. Pero, ¿en qué se distinguen de las viejas? A continuación un muy esquemático mapa mental al respecto.
Las viejas derechas del ciclo neoliberal priorizaban la economía de la oferta; las nuevas derechas del momento populista enfatizan la cultura del agravio. Las primeras combatían los impuestos y la expansión del gasto, proponían privatizaciones y libre mercado. Las segundas están en contra del progresismo y los inmigrantes, prometen restaurar el orden y la tradición.
Las derechas de antes eran globalistas; estaban a favor de la competencia y el cosmopolitanismo, la integración y el multilateralismo. Las derechas de ahora son soberanistas; quieren proteger sus fronteras y su identidad, desconfían del institucionalismo liberal y ven al sistema internacional –reglas, tribunales y tratados– como imposición de un establishment hegemónico, lejano, corrupto y anacrónico.
El cambio decisivo está en el tránsito del consumo a la comunidad: del bolsillo a la bandera. Las derechas de ayer eran tecnocráticas, prometían apertura y eficiencia; las de hoy son nacionalistas, ofrecen revancha y protección.
Sus bases sociales también se transformaron. Aunque en uno y otro caso la derecha sigue siendo el espacio de los valores típicamente conservadores (patria, parroquia y parentesco), la vieja derecha reflejaba los anhelos de las élites empresariales y las clases medias universitarias; la nueva derecha, en contraste, apela a la insatisfacción de las periferias urbanas y a los trabajadores precarizados. La derecha neoliberal hablaba el lenguaje aspiracional de los “ganadores” de la globalización; la derecha populista le habla al resentimiento de los que “perdieron”.
También el estilo de liderazgo mutó. Del partido de cuadros al hiperpersonalismo del liderazgo carismático. De los “pactos de caballeros” a la política del espectáculo. De representar la “decencia” a personificar la disrupción, pues la autoridad ya no proviene de la dignidad del pasado sino de la rebeldía contra el statu quo. Las instituciones son sinónimos de “élite”, las leyes de “sesgo”, la prensa y los tribunales, de “activistas”. El éxito de la política ya no se mide con evaluaciones de desempeño sino por sus rendimientos emotivos: cuánto aglutina al nosotros y cuánto enfurece a los otros.
La seguridad termina de inclinar la balanza. La complejidad del “Estado de derecho” –que iba en tándem con la economía de libre mercado–, colapsa frente a la demanda de endurecimiento contra el crimen. Menos normas, procesos y garantías; más patrullas, prisiones y presencia militar.
En conjunto, las nuevas derechas operan menos según doctrinas de partido y más en función de una gramática de poder. Han aprendido que en un entorno como el actual, donde la sensibilidad política predominante está definida por la pérdida de control, estabilidad, estatus o certezas, lo que importa ya no es tanto abanderar principios como encarnar malestares.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@carlosbravoreg