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De panacea global a trampa antidemocrática: la paradoja de la política anticorrupción
00:10 domingo 5 octubre, 2025
ColaboradoresEn 2004, el politólogo búlgaro Ivan Krastev publicó Shifting Obsessions: Three Essays on the Politics of Anticorruption (Central European University Press, 2004). En el título iba ya la advertencia: lo que para muchos se presentaba como una poderosa promesa regeneradora, para él era una inquietud endeble y engañosa. Leer aquellas reflexiones veinte años después es sorprendente, pues lo que entonces era un ejercicio de interpretación prospectiva ahora es un certero diagnóstico de la actualidad. La premisa de Krastev es tan sencilla como perturbadora: el celo anticorrupción es menos una política pública que un modo de hacer política. En los años noventa, tras el fin de la disputa ideológica de la Guerra Fría, de la mano de los procesos de liberalización económica y de transiciones a la democracia, la lucha contra la corrupción se consolidó como un nuevo lenguaje de legitimación. Organismos internacionales y activistas locales, compañías multinacionales y economistas ortodoxos, todos encontraron en la agenda anticorrupción un terreno fértil para promover sus agendas. El problema es que esa cruzada se volvió una obsesión normativa que acabó sustituyendo a la política práctica. Allí donde el desempeño de los mercados era decepcionante, donde se agrandaban los déficits de representación política, donde faltaban debates sustantivos y distintos horizontes de futuro, la lucha contra la corrupción se vendió como una solución unitalla para realidades muy disímiles. Fuera en África o en Europa del Este, en América Latina o el sudeste asiático, la panacea anti-corrupción desdeñó la diversidad de contextos y la especificidad de las realidades locales para imponerse como una fórmula universal, un consenso de Washington por otros medios. Luego, el remedio se transformó en dolencia: el conflicto político se redujo a una disputa por la autoridad moral, el desencanto escaló a cinismo, el derecho a la transparencia y el acceso a la información exhibió más corrupción de la que las instituciones de rendición de cuentas eran capaces de procesar y, al final del día, surgieron liderazgos antidemocráticos que hicieron del agravio contra la corrupción un ariete lo mismo del neoliberalismo tecnocrático que del nacionalismo populista. La tesis de Krastev incomoda porque revela una paradoja. Lejos de fortalecer a las instituciones, la política anticorrupción puede debilitarlas. Ya sea porque justifica medidas de excepción, porque debilita a los contrapesos y concentra el poder en la rama ejecutiva, porque sirve de pretexto para perseguir a los adversarios políticos o desacreditar a la prensa independiente, en fin, porque apela a la indignación y a la desconfianza pública no para resolverlas sino para explotarlas. No es que la corrupción no sea un problema; es que la retórica anticorrupción puede ser una trampa. Lo dicho: leer Shifting Obsessions hoy es como acomodar un espejo retrovisor que, en vez de mostrarnos el pasado, nos sorprende con una imagen nítida del presente.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR COLABORADOR @carlosbravoreg